~ Mohandas Ghandi (1869 - 1948)
Claramente Ghandi no fue un niño rural japonés.
Ayer en la noche, mientras me divertía mojando niños y adultos con la manguera escondido desde las sombras en la azotea, pensaba que si nos vamos a robar alguna "tradición" de un país extranjero de disfraces definitivamente deberíamos considerar el Namahage japonés.
Verán, dicha festividad es un ritual celebrado en la Península Oga, la prefectura de Akita y la región norte de Honshu, en Japón; consiste en que cada 31 de diciembre, docenas de hombres jóvenes y solteros de varias regiones se disfrazan como el demonio Namahage, abajo representado:
El disfraz consiste en una máscara de demonio de colores, una gabardina de paja y algún instrumento de madera que parezca un cuchillo y un enorme tambor; una vez disfrazados éstas personsa van de puerta en puerta entrando a las casas y asustando a los pequeños amenazándolos con llevárselos hacia las montañas cubiertas de nieve.
Los chilpayates, quienes previamente han sido enterados de la historia y de las intenciones de estos demonios, son testigos de como ese animalote entra rugiendo y persiguiéndolos por la casa porque simplemente no querían dejar que su primita jugara con su Barbie.
Cuando los padres deciden que el mocoso ha tenido demasiado, enfrentan al demonio respetuosamente y le informan que el niño se ha comportado bien durante todo el año y le ofrecen comida y sake*; el hombre disfrazado, después de aceptar la comida y bebida hablan con el ahora orinado y cagado chiquillo y le explican la importancia de ser trabajador, bien portado y obedecer a sus padres; luego se van de la casa, agradeciendo la hospitalidad y prometiendo que la familia será bendecida con buena salud, una buena cosecha y una buena pesca en el siguiente año, para irse a la siguiente casa.
*Una bebida tradicional japonesa destilada del arroz. Y se lo ofrecen al demonio, no al niño, aunque siendo japoneses uno nunca sabe.
Puede sonar cruel, pero éstas nuevas generaciones de chiquillos mamoncetes engendrados por padres mamoncetes necesitan ser metidos en cintura; cualquiera que haya tenido que aguantar a un infeliz mocoso que hace destrozos, molesta gente y grita con sus berrinches sabe que se merece quince latigazos** o, en su defecto, que un monstruo toque su puerta cada año nuevo y amenaza llevárselo a las montañas si no se porta bien.
**Y sus imbéciles padres treinta.
La verdad es que la vida es una mierda. Comportarse bien no significa que tendrás una recompensa y tenemos que enseñarle a nuestros hijos eso; de preferencia antes de que aprendan que portarse mal no siempre entraña un castigo. Apuesto a que la madre de ese pequeño niño japonés sólo tendrá que apuntar a la gabardina de paja para tener la atención absoluta de los pequeños.
Voto que aprendamos de nuestros hermanos nipones.
!Saludos!
Atte,
El Kushiage
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