martes, 18 de agosto de 2009

Crónicas de Azeroth II: El Seguidor de Luz

"Mis compañeros son mi espada, yo soy su escudo; mientras yo viva, ellos no sufrirán daño"
~ Lema de los Paladines Defensores de la Mano Plateada.

I

Kael Seguidor de Luz miró hacia afuera por la ventana de la carroza en la que viajaba. Iba acompañado de varios otros Elfos iniciados como Caballeros de Sangre de Silvermoon.
Con cuidado caminó hasta una esquina donde se sentó recargándose contra las paredes de la carroza. Le quitó el paño que cubría el escudo de su padre y se lo puso en las piernas, acariciándolo.
Acababa de salir de Silvermoon hace unas horas, ahora viajaban por el camino hacia el sur que bordeaba por la Cicatriz Muerta; su destino era la villa capturada de Tranquilien, en medio de las Tierras Fantasma.
Sus compañeros dormían en el suave bamboleo de la carroza, aprovechó el tiempo para reflexionar sobre el día anterior, sobre el Elfo que había dejado de ser.


II

- Pero miren nada más lo que trajo el sol - dijo Dama Liadrin con un tono burlón, mirando al recién llegado y poniéndose las manos sobre las caderas.
- Dama Liadrin - dijo solemne Kael Seguidor del Amanecer, mientras llevaba su mano derecha a su pecho con el puño mirando hacia dentro, y poniéndose en posición de firmes.
La Elfa, vestida en una armadura completa de color rojo y tonos negros, rubia y con ojos verdes, brillantes, le sonrió y le devolvió el saludo.
- Siempre tan formal Kael, Doral ana'diel?
- Sábes que las cosas podrían ir mejor, Liadrin - contestó el Elfo, lanzando un suspiro, mirando a su alrededor.
- Algún día tendrás que dejar de culparte por eso, viejo amigo.
Kael la miró a ella de reojo, luego a su alrededor, incómodo.
- Algún día, Lia.
Kael Seguidor del Amanecer vestía la armadura roja con plateado de los iniciados en la Orden de los Caballeros de Sangre de Silvermoon; llevaba en su mano derecha un documento con órdenes que había recibido de su Maestro Caballero de Sangre a entregarse a la Dama Liadrin, la primera Caballera, en la ciudad de Silvermoon.
La Elfa rió.
- Hace años que nadie me llama así - tomó las órdenes que llevaba Kael y las arrojó al suelo - un veterano como tú no necesita eso; vamos, tu prueba espera.
Ambos comenzaron a caminar por la calle que lleva al distrito de los Guardabosques de Silvermoon, enfrente de donde se encuentra el edificio principal de los Caballeros de Sangre.
- ¿Cómo va el entrenamiento? - preguntó Kael mientras observaba como una Elfa enterraba una flecha justo en el centro de una diana de práctica, en un jardín a la izquierda.
- Excelentemente bien - contestó Dama Liadrin - el ejército de Silvermoon se regocija de usar la Luz otra vez. Su majestad Anasterian estaría orgulloso.
- Sí, lo estaría - dijo Kael - también estaría orgulloso de lo que su hijo hizo por su pueblo.
- !Larga vida a la casa Caminante del Sol! - contestó casi mecánicamente Liadrin.
- Larga vida - dijo el Elfo.
- Tranquilien está rodeada al este por los Trolls de Amani, o lo que queda de ellos, y al oeste por hordas de muertos vivientes que vagan por los caminos. Ahí es donde entran ustedes, son el refuerzo del contingente de tropas que enviamos para allá.
Ambos llegaron a la puerta donde los esperaba un joven Elfo con una vestimenta roja.
- !Dama Liadrin! - dijo ceremoniosamente, saludando.
Liadrin le contestó el saludo.
- Y tú, adepto - dijo con desprecio - entra, tu prueba espera.
Kael asintió y se inclinó para darle un beso en la mano a Liadrin.
- Mi Dama - se despidió, y entró en el edificio.
Ambos lo siguieron con la mirada.
Cuando Kael cerró la puerta, Liadrin miró a su discípulo, sus ojos verdes brillaban de furia.
- Sargento Mariel - comenzó, con una voz que podría fundir Thorium - ese era Kael Seguidor del Amanecer, quien ha servido en nuestro ejército desde antes de la Primera Guerra, él fue Rompe-Hechizos en la guardia de su majestad el Príncipe Kael'Thas y perdió a su familia al Azote de los Muertos Vivientes, yo misma lo saqué moribundo de entre los escombros después que ese bastardo Arthas arrasó con la ciudad; si vuelvo a escuchar que hablas de esa manera te destripo con mi propias manos.
El adepto dio un paso hacia atrás, visiblemente asustado, luego hizo una reverencia.
- Sí... Sí mi Dama - chilló con una vocecilla - por favor acepte mis disculpas. Dicho esto se dio la vuelta y se retiró rápidamente.


III

Kael entró a la enorme cámara redonda donde los Maestros tenían controlada a la criatura conocida como M'uru. La cámara tenía cuatro pilares de marmol rojo, estandartes con los colores de los Elfos de Sangre y cortinas rosas adornaban las paredes. En el centro, en un agujero circular con escalones, había una criatura hecha de pura luz, siendo controlada por cuatro Elfos de Sangre vestidos en túnicas rojas. Ellos extendían sus brazos hacia la criatura, desde donde se trazaba un relámpago rojo que los unía con M'uru, el Naaru.
La criatura tenía formas geométricas rígidas que giraban a su alrededor, su cuerpo eran mitades separadas por canales de luz, parecía más una estatua que un ser viviente, un par de ojos enormes flotantes en el rostro aplanado se movian inexpresivos.
Dos Maestros se acercaron y entregaron a Kael un frasco y un cristal negro. Se alejaron.
Kael apuntó el cristal hacia la entidad y lo activó; una línea de electricidad rojiza unió a ambos seres. De pronto el Elfo se encontraba de pie sólo, en una enorme área blanca vacía y enfrente de él flotaba el Naaru.
- Saludos Kael - escuchó el Elfo dentro de su cabeza, era una voz andrógina muy suave, con tintineos de fondo, una paz y tranquilidad absolutas emanaban de esa voz - ¿a qué has venido?
- Saludos, Naaru - contestó Kael, y agachó la cabeza en un saludo - vengo por tu poder para resucitar a un compañero que cayó por mi mano, en una prueba de mi valor.
- Bien - habló la criatura de luz - eres educado y honesto, buenas cualidades en un paladín.
- ¿Te burlas de mí, criatura? - preguntó el Elfo, molesto - nosotros somos los Caballeros de Sangre, no miserables paladines.
Hubo un silencio.
- ¿Culpas a la organización llamada La Mano Plateada por la caída de Silvermoon? - preguntó M'uru.
El elfo dió un paso hacia atrás, no esperaba esa pregunta ¿acaso esta criatura podía leer la mente?
- He aprendido mucho de los Maestros que me aprisionan, así como ellos de mí - dijo el Naaru, casi contestando lo que Kael había pensado.
El Elfo Se repuso de la sorpresa y habló.
- Ellos... Ellos nos olvidaron. Cuando Arthas marchó sobre Quel'Thalas, nadie vino a ayudarnos !Toda la Alianza nos falló!
Guardó silencio, recordando.
- Nadie vino... ni siquiera después del genocidio.
- ¿Donde murieron tu esposa e hijo?
- !¿Cómo es que... ?! - rugió Kael, perdiendo la compostura, luego se obligó a serenarse y continuó con una voz tensa pero más calmada.
- ¿Cómo sabes eso?
El Naaru permaneció flotando, brillando, frente a el Elfo.
- Te afectó mucho - dijo después de unos momentos - te culpas por su muerte.
- !Claro que soy culpable! - le gritó rabioso - !Debí estar a su lado! !Yo debí haber muerto, no ellos!
El Naaru guardó silencio.
- !Moriría mil veces en su lugar para salvarlos! - continuó Kael, su voz retumbando en la nada.
Hubo una pausa.
- Lo dices de corazón... pocos lo hacen - contestó M'uru, calmado - no le temes a la muerte.
Kael le dirigió una mirada llena de rabia.
- Hay destinos peores que la muerte.
- ¿Como estar aprisionado por una raza menor, saciándoles su adicción a la magia?
Kael abrió la boca para contestar pero guardó silencio, mirando fijamente a la criatura. Trató de serenarse.
- Naaru... - empezó, bajando la cabeza.
- Tienes razón Kael - lo interrumpió éste - hay peores destinos que la muerte ¿Para qué deseas mi poder?
- Para resucitar a mi compañero caído y evitar que muera para siempre.
El Naaru giró algunas de sus formas geométricas que orbitaban a su alrededor.
- Cierra los ojos, Kael, y recibe la Luz.
El Naaru irradió una brillantez absoluta y el Elfo vio blanco por algunos momentos antes de cerrar los ojos y echarse hacia atras.
Por un momento, Kael vio el mundo desde el cielo, él era una enorme muralla de luz; de un lado, había vida, sus tierras, su ciudad y su gente, feliz y sana; en una casita cerca de la plaza principal su esposa y su hijo jugaban con una pelota de cuero.
El Naaru apareció a su lado. Giró lentamente hacia la otra mitad de la muralla.
El mundo era totalmente diferente, negro y gris, sombrío, muerto. Había sombras que corrían hacia la muralla y se estrellaban, disolviéndose.
Kael miró de nuevo a su familia, quien ahora se encontraba en un mar de seres: Orcos, Humanos, Trolls, Gnomos, Taurens, todas las razas de Azeroth estaban ahí, de pie, mirándolo.
- La Luz es tuya - dijo el Naaru, y cuando lo dijo su consciencia, sus sentidos, y su fuerza se aumentaron un millón de veces.
- ¿Cómo la usarás? - continuó la criatura la criatura - decide.
Habiendo dicho esto, retiró la muralla.
Frenético, Kael miró hacia el infinito de sombras al otro lado; pensó en destruirlas a todas, pero quizás perdería la concentración y algunas pasarían. Antes que la primera sombra llegara, todos los habitantes fueron cubierto por un domo de luz plateada.
- Está decidido - dijo el Naaru.
Kael cayó de rodillas, exhausto, de regreso en el cuarto blanco.
Hubo una pausa mientras Kael tosía y respiraba pesado.
- ¿Qué has sentido? - preguntó la criatura, con timbres y campanitas.
Hubo otra pausa, el Elfo aún respiraba pesado.
- He visto vida, y esperanza - dijo Kael, exhausto - vi lo que más amo.
- Y los protegiste - habló el Naaru.
- Tenía que hacerlo.
- Pero había otros, también protegiste a aliados y enemigos por igual.
El Elfo bajó la cabeza.
- Son inocentes ¿qué culpa tienen ellos? ¿qué culpa tenía mi familia?
- ¿Qué sentiste al blandir la Luz, Kael?
Éste tragó saliva.
- Fue una experiencia abrumadora - continuó - sentir todo eso en mi cuerpo, en mi alma; me sentí extasiado por el poder, pero al mismo tiempo tan humilde, tan insignificante.
- Has aprendido - tintineó el Naaru en su cabeza, hablando solemne - lo que significa La Luz. No la usas, no la controlas; la llamas, pides ayuda y tú, Kael Seguidor del Amanecer, eres un conducto para La Luz.
- No puedo aceptarla - dijo Kael mirando con rencor a la criatura brillante - la tentación de alimentarme de esto es demasiado fuerte, esto debe usarse para proteger, no para satisfacer el hambre de un adicto.
- Por esa razón - dijo el Naaru, y ésta vez con un timbre de tristeza en la voz - es por lo que debes aceptarla.
El Elfo bajó la cabeza, sintiéndose decepcionado.
- Tu camino no es el de la retribución, Kael - habló después de un rato - tu deseo de venganza es fuerte, pero tu deseo de evitar que más seres sufran lo mismo que tú lo supera.
El Elfo no se movió.
- Levántate, Kael Seguidor de Luz, Paladín de Silvermoon - habló nuevamente la criatura - defiende a tu gente en los tiempos obscuros que se avecinan, levanta tu espada para rechazar el golpe hacia el débil, que la obscuridad te tema donde vayas.
El Elfo se puso de pie, sus piernas débiles, todavía sobrecogido por la visión que había experimentado.
- M'uru - habló muy despacio - Eres casi un dios ¿por qué no has destrozado tus cadenas?
El Naaru pareció divertido.
- Te has dado cuenta, bien. - tintineó en su cabeza - No es tiempo de hacerlo, faltan otros como tú.
Kael no comprendió a lo que se refería, pero prefirió no preguntar más; incómodo miró el pequeño frasco que había caído de sus manos, y luego miró al Naaru.
- Aún debo llenar el frasco, M'uru - dijo.
- Ya no lo necesitas Kael, brillará para que pases tu prueba, pero desde hoy tú eres un canal de la Luz; sé fuerte, ten fe y protege a aquellos que no creen.
Hubo un momento de silencio en el que el Naaru comenzó a brillar más y más. Kael se tuvo que llevar las manos a los ojos.
- Adios Kael, Seguidor de Luz - escuchó en su cabeza - hasta que nos volvamos a encontrar.


IV

Kael pasó su mano por el escudo de su padre, que había tomado de su casa antes de salir. Recorrió el dibujo del Áve Fénix delineada sobre el metal, sintiendo las imperfecciones y las melladuras que había recibido.
Dio una palmada sobre el metal y lo dejó a su lado, de su mochila sacó una cobija y se la echó encima; a sus ciento cincuenta y seis años, ya le dolían las rodillas con el frío.
Frotó el pequeño anillo plateado que tenía en su mano derecha, símbolo de su matrimonio, y cerró los ojos, tratando de conciliar el sueño.
- Vendel'o eranu, mi amada - dijo en un susurro - Ayúdame a olvidar por favor.


!Saludos!

Atte,
El Kushiage

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